viernes, 23 de octubre de 2015

La privatización del sol


El sol, como todos los días, saldrá mañana. Pero para unos será gratis y otros tendrán que pagar. Empezó a suceder en España y se aplica a aquellos que generen su propia energía para autoconsumo, como lo es el uso de paneles solares. Lo aprobó así un consejo de ministros el pasado nueve de octubre, después de más de dos años tratando de colarlo.  Pero como todo lo que se inicia se expande, cobijará en cuanto nos descuidemos a todos los españoles y luego a los habitantes de la tierra.

El experimento que se inicia con la aprobación y puesta en vigor del real decreto no es inocente, menos, mucho menos en un mundo que es interdependiente e interconectado.  Es decir que lo que vale en un sitio también puede valer en otro.  La privatización de las empresas del agua fue lo primero.  En algunos países lo han logrado, en otros no, pero lo cierto es que en cuanto puede el capital le manda sus zarpazos.  ¡Qué más que ser los dueños del líquido vital para la existencia humana!  Y todos hemos caído en ello.  Pasaron ya los tiempos en que un vaso de agua no se le negaba a nadie, ahora hay que comprar una botella y la suma de todas las botellas hasta sumar un barril cuesta más que uno de petróleo, inclusive cuando éste estaba por encima de los cien dólares. 

Ahora se trata del sol.  Como todo en la política, cuando hay intereses de fondo,  el real decreto se tramitó con mensaje de urgencia porque se trataba de adoptar “medidas urgentes para garantizar la estabilidad financiera del sistema eléctrico”  como reza un memorando remisorio del proyecto de julio de 2013.  En treinta y dos páginas llenas de tecnicismos, porque el que confunde lleva ventaja, se aplica un impuesto al autoconsumo de energía porque el usuario de la misma, es decir, aquel que instala un panel solar en su casa, valga como ejemplo porque puede haber otras alternativas, “se beneficia del sistema eléctrico aunque no se esté consumiendo”.

El ministro del ramo, que en este país se llama de industria, energía y turismo, defendió el proyecto tratando de poner a todos contra pocos, así que dijo que los que han elegido el autoconsumo “no pagan ni energía, ni peaje, ni impuesto”, como sí pagamos el resto de los usuarios , con lo cual la incitación es directa: “A por ellos”, sin compasión, hasta que las empresas de energía engorden y revienten de tanto ganar y el sol esté privatizado y seamos todos, en este país y en el globo, los que tengamos que pagar los centímetros cuadros de sol que caen sobre nuestras casas o entran por las ventanas o recibimos en los parques. 

Alguien dirá leyéndome que exagero.  Tal vez exageraba también a principios de la llamada crisis cuando miraba con sorpresa como a los países, donde se vivía lo que se conocía como economías de bienestar, llegaban los tecnócratas de organismos financieros mundiales como el Fondo Monetario Internacional a imponerles condiciones ensayadas previamente en los nuestros, con la excusa de que no habíamos llegado todavía al desarrollo. ¡Y ahora aquí también las imponen! ¡Y las hacen cumplir!

jueves, 15 de octubre de 2015

Se vende carne de mujer


Los reparten todos los días, a cualquier hora. Los dejan sobre los parabrisas de los vehículos estacionados en las calles.  El viento tapiza las aceras con ellos cuando los levanta. Ofrecen asiáticas, orientales, españolas, latinas, polacas, rumanas.  Las describen como maduritas, calientes, implicadas. Ofrecen fantasías, masajes y todos los servicios.  Invitan a una copa gratuita y garantizan discreción.  Hay servicios de veinticuatro horas y otros con horarios de oficina, de la once a las veintiuna.  También hacen domicilios y hoteles.  Cuando llegan los nuevos “cargamentos” añaden: “chicas nuevas”.

No tuve que hacer una investigación ni hacerme parte de una organización que luche contra el tráfico de mujeres para saberlo.  Me bastó con salir a pasear a mi perro y retirar los volantes, algunos a todo color, otros simples fotocopias en blanco y negro, de los parabrisas. El máximo trabajo ha sido agacharme para levantarlos del piso.  Tampoco fue en los extramuros.  Ha sido en las calles de mi barrio céntrico, rodeado de oficinas.  Está a la vista de todos, aunque la mayoría prefiera no verlo.  Se vende carne de mujer. 

En España, dicen hoy los medios, son cuarenta y cinco mil las mujeres que se encuentran en estas condiciones y añaden que no saben cuántas de ellas están esclavizadas, aunque aventuran que son más de catorce mil.  No les creo.  La gran mayoría deben serlo.  No me atrevo a negar que pueda existir la vocación de puta, pero debe ser de unas pocas.  Las otras, como lo testimonian aquellas que han podido regresar de ese infierno, llegaron allí empujadas por la pobreza, engañadas por mafias que les ofrecen un paraíso.

Un paraíso al que se arriesgan ante la falta de oportunidades, porque como dijo Sonia Sánchez, una mujer que fue prostituida en su adolescencia en Argentina, y que hoy es una luchadora para que no haya más, “una puta es el resultado de los políticas públicas de todos los gobernantes de este mundo”. Sí, muy cierto, y también de la falta de ejercicio de pensamiento y humanidad de hombres de todas las naciones, de todas las razas, de todas las procedencias, de todo el mundo, que compran y calman sus apetencias más instintivas, más primitivas, incrementando el mercado lucrativo de la venta de carne de mujeres, que crece, según dicen, a un ritmo acelerado.

En esta España, de gente mayor, las quieren jóvenes porque “son prietas” según contaba hoy una investigadora.  “Porque para otra cosa ya la tengo en la casa”, narró que decía el entrevistado.  Tenebrosa afirmación por lo que revela: Un hombre  que hace una vida marital con una mujer a la que desprecia con el mismo desprecio que muestra por las mujeres cuando va de putas. Porque los hombres que van de putas no sólo las desprecian a ellas. Nos desprecian a todas.

Esta semana, en la Guajira colombiana, miembros de la comunidad wayú paralizaron un tren privado que transporta carbón.  El motivo de la protesta indígena fue que un celador de la compañía explotadora sodomizó una burra. Y nosotros, en este mundo que llamamos civilizado, ¿qué tanto estamos dispuestos a hacer como individuos y como colectividad para acabar con el tráfico de mujeres?


*En las jornadas internacionales sobre prostitución y trata de blancas

jueves, 8 de octubre de 2015

Vivir, morir, matar



Entre el nacer y el morir hay una línea que es el vivir.  O como decía Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos/Que van a dar a la mar/ Que es el morir”. Se nace y se muere.  Pero hay formas de vivir y también de morir.  No tendría que existir ninguna de matar.

Y deshacerse en la muerte debería ser un hecho natural al que se llega porque el tiempo limitado que le toca a cada uno se agotó, así de simple: el hilo lo cortó la parca azuzada por los años, por la enfermedad, por el accidente inevitable, por decisión propia del sujeto.

Lo que no debería ser es morir porque otros nos mataron .

Quitar la vida es atribuirse el papel de tenebrosos dioses capaces de cegar lo único que realmente es propio a cada uno, la existencia individual.

Estar vivos es, por tanto, nuestro principal valor y del que se desprenden los otros. Libertad, justicia, equidad, igualdad, fraternidad, derechos, no existen sin la vida.

Entonces, si la vida es nuestro principio, el mismo que de manera natural nos conduce a nuestro fin, ¿por qué el ser humano se empeña tanto en el matar, que es su interrupción?

En Colombia, donde las muertos de todas nuestras violencias han sido miles de miles, la antropóloga María Victoria Uribe Alarcón buceando en esos límites de la barbarie ha escrito que para matar los asesinos “animalizan” a sus víctimas. Las convierten, mediante el lenguaje y los gestos, en animales propicios al sacrificio (esta última es palabra mía).  No voy a detenerme aquí en imágenes que no nos dejarían dormir.  Basta citar masacres donde las víctimas fueron asesinadas en el matadero del pueblo.

Su libro se llama Antropología de la inhumanidad y habla de la crueldad de los perpetradores que arrebatan la humanidad a sus víctimas, asumiendo que están frente a un animal,  para poder matarlas sin conciencia, sin dolor, sin arrepentimiento;  para que el crimen no les produzca asco de sí mismos.   
Lo hacen eso sí, pienso yo,  con lo más humano de ellos mismos, de su lado más oscuro, más obsceno, más perverso, y no voy a decir más animal, porque los animales no matan ejerciendo su voluntad.  

Dice también la antropóloga que las personas que realizan el oficio de carniceros, hacen todo lo contrario, “humanizan a los animales que van a sacrificar”.  Lo hacen para poder ejercer “métodos humanitarios”  que les propicien una muerte “con consideración”.

Las reflexiones nacen desde una región del universo, un país, donde llevamos generaciones conociendo a  la muerte en sus expresiones más horrorosas, tantas que deberíamos estar hastiados de ella y de la sangre, y aún así todavía me encuentro con seres humanos, contados en cientos, a quienes les hierve la sangre, hasta que la sangre se vierta, y esta sangre es la de un animal criado y cuidado para ello.

Sucede en Colombia, pero también en España, donde milenios de civilización desaparecen cuando veo correr a masas enardecidas detrás de un toro, animal indefenso y encerrado, para atacarlo hasta matarlo, emascularlo y reclamar el trofeo como parte de la fiesta.
¿Se habrán dado cuenta que ello no tienen nada de civilización y sí de regresión? ¿ Involuciona este viejo mundo?

Madrid, 8 de octubre de 2015