Entre el nacer y el morir hay una línea que es el
vivir. O como decía Jorge
Manrique: “Nuestras vidas son los ríos/Que van a dar a la mar/ Que es el morir”.
Se nace y se muere. Pero hay formas
de vivir y también de morir. No
tendría que existir ninguna de matar.
Y deshacerse en la muerte debería ser un hecho natural al
que se llega porque el tiempo limitado que le toca a cada uno se agotó, así de
simple: el hilo lo cortó la parca azuzada por los años, por la enfermedad, por
el accidente inevitable, por decisión propia del sujeto.
Lo que no debería ser es morir porque otros nos mataron .
Quitar la vida es atribuirse el papel de tenebrosos dioses
capaces de cegar lo único que realmente es propio a cada uno, la existencia
individual.
Estar vivos es, por tanto, nuestro principal valor y del que
se desprenden los otros. Libertad, justicia, equidad, igualdad, fraternidad, derechos,
no existen sin la vida.
Entonces, si la vida es nuestro principio, el mismo que de
manera natural nos conduce a nuestro fin, ¿por qué el ser humano se empeña
tanto en el matar, que es su interrupción?
En Colombia, donde las muertos de todas nuestras violencias
han sido miles de miles, la antropóloga María Victoria Uribe Alarcón buceando
en esos límites de la barbarie ha escrito que para matar los asesinos “animalizan”
a sus víctimas. Las convierten, mediante el lenguaje y los gestos, en animales
propicios al sacrificio (esta última es palabra mía). No voy a detenerme aquí en imágenes que no nos dejarían
dormir. Basta citar masacres donde
las víctimas fueron asesinadas en el matadero del pueblo.
Su libro se llama Antropología de la inhumanidad y habla de
la crueldad de los perpetradores que arrebatan la humanidad a sus víctimas,
asumiendo que están frente a un animal,
para poder matarlas sin conciencia, sin dolor, sin arrepentimiento; para que el crimen no les produzca asco
de sí mismos.
Lo hacen eso sí, pienso yo, con lo más humano de ellos mismos, de su lado más oscuro, más
obsceno, más perverso, y no voy a decir más animal, porque los animales no
matan ejerciendo su voluntad.
Dice también la antropóloga que las personas que realizan el
oficio de carniceros, hacen todo lo contrario, “humanizan a los animales que
van a sacrificar”. Lo hacen para
poder ejercer “métodos humanitarios”
que les propicien una muerte “con consideración”.
Las reflexiones nacen desde una región del universo, un país,
donde llevamos generaciones conociendo a la muerte en sus expresiones más horrorosas, tantas que deberíamos
estar hastiados de ella y de la sangre, y aún así todavía me encuentro con
seres humanos, contados en cientos, a quienes les hierve la sangre, hasta que
la sangre se vierta, y esta sangre es la de un animal criado y cuidado para
ello.
Sucede en Colombia, pero también en España, donde milenios
de civilización desaparecen cuando veo correr a masas enardecidas detrás de un
toro, animal indefenso y encerrado, para atacarlo hasta matarlo, emascularlo y
reclamar el trofeo como parte de la fiesta.
¿Se habrán dado cuenta que ello no tienen nada de civilización
y sí de regresión? ¿ Involuciona este viejo mundo?
Madrid, 8 de octubre de 2015
Muy buen blog. La muerte debe ser natural no en la mano de otros.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con esa apreciación sobre el matador, que no hay clases ni grados...el que disfruta quitando la vida a un ser vivo es un miserable de igual manera y yo diría además que el que también se satisface con la observación tampoco tiene su cabeza bien amueblada. Me refiero a la vista de vídeos de atrocidades varias, espectáculos taurinos...y que se yo.
ResponderEliminarBuen artículo y buena reflexión, Marbel.
Definitivamente, el ser humano ha evolucionado poco en cuanto a sensibilidad, respeto por la vida y conciencia frente al mundo. Qué triste, y nos creemos los seres perfectos del universo 😢
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