Lo hará a las nueve de esta
noche en un vuelo de bajo costo que abordará en Barajas, Madrid, y la
depositará dos horas más tarde en Gatwick, uno de los cinco aeropuertos de la
capital británica. Nayla no habla inglés pero ya tiene estudiado el plano de la
terminal sur y sabe con exactitud cuál es el pasillo y la puerta que la
conducirán al sitio donde debe tomar un autobús local para ir hasta la estación
Victoria. Allí la espera su hija,
con quien pasará los cuatro días siguientes.
Nayla está tan entusiasmada
con su viaje como nerviosa por el desconocimiento del idioma, aunque a priori
resolvió el problema. Durante el
vuelo, se agenciará la manera de entablar conversación con personas hispanoparlantes
para resolver posibles problemas de entendimiento que tenga al desembarcar. Los
ojos le brillan cuando me lo cuenta. Y yo pienso que temeridad no le
falta. La misma que tuvo hace
quince años cuando llegó a España con sus dos hijos, pequeños, y otros tantos
que le habían encargado. Antes de
ese viaje, su vida se reducía a Bogotá, la ciudad donde vivía, Ibagué la
capital de su departamento, y San Luis, el pueblo donde nació.
En estos años ha visto
crecer a sus hijos que ahora mismo buscan la manera de hacerse sitio en la
vida. La niña es hoy una mujer que
trabaja en Londres a tiempo que estudia y perfecciona su inglés con el ánimo de
ingresar allí a una universidad.
El niño es un joven que hace su primer año de estudios universitarios. Nada que ver con Nayla que tuvo que
ganarse la vida desde muy niña como empleada del servicio doméstico en casas de
Ibagué y Bogotá.
Para que esto haya sido
posible, Nayla ha tenido que dar muchas batallas personales, como las que tenemos dar todos, con la
diferencia de que el sistema en este lado del mundo funciona más a su favor. La educación para sus hijos hasta
terminar el bachillerato fue pública y gratuita, la orden de alejamiento de un
marido maltratador fue expedita y el trabajo no le ha faltado, aunque encontrarlo
se ha hecho difícil en un país con un índice de paro superior al veinte por
ciento. Tiene un contrato de medio
tiempo con una empresa que presta servicios de limpieza a la seguridad social y
siete casas en las que trabaja por horas para limpiarlas. Eso sí, corre
mucho. Aún con ello, a veces, los
fines de semana hace y vende empanadas por encargo.
Nayla puede atender tantos
trabajos porque cuenta con un sistema de transporte eficiente que le permite
desplazarse con prontitud, pagando un abono mensual con un precio fijo, y
llegar hasta su casa, ubicada en un municipio que está a trece kilómetros del centro
de Madrid. Vive en un quinto piso
y en su vivienda, alquilada, dispone de tres habitaciones, dos baños, cocina, salón
comedor y terraza. Por supuesto, realquila
una habitación para ayudarse.
Y esta noche se va Londres. Va a visitar el Museo Británico y el de Ciencias Naturales,
cuyas entradas son gratuitas; y su hija obtuvo hora por Internet para contemplar
la ciudad desde el Sky Garden que tiene bares y restaurantes, que podrían ser
vedados para su poder adquisitivo, pero también jardines de acceso libre.
Nayla se va a Londres porque
vive en un mundo de mayores oportunidades y más equitativo en el acceso a ellas,
a pesar de lo cual se sienten pasos de animal grande que intenta hacerle
retroceder lo que ha avanzado en derechos y bienestar. Entretanto, en el otro
medio mundo sus ciudadanos mueren en el sueño y en el empeño de alcanzar alguna
vez Estados equitativos, garantes de los derechos, e impulsores del bienestar
general, ¡como los que se están perdiendo!
A los inmigrantes como como Nayla, les admiro su capacidad de sacrificio y adaptacion, motivado por el amor y el deseo de darles mejores oportunidades a su familia. A pesar de que no cuentan con ventajas comparativas como el haber tenido una formacion academica universitaria y muchas veces el hecho de que ni siquiera hablan la lengua del pais al que inmigran, personas como Nayla, comparados con otro tipo de inmigrantes como los estudiantes, logran conquistar sus miedos y limitaciones, gracias a ese sentido de supervivencia y al hecho de que no tienen nada que peder pues en sus paises de origen sus situaciones quiza no serian prometedoras y la falta de oportunidades les limitaria su capacidad de lucha.
ResponderEliminarMe conmueve y alegra la historia de Nayla, la lucha por el bienestar y la dignidad y la respuesta de sus hijos que, si siguen trabajando, lograran tener una vida mejor.
ResponderEliminarPero me entristece y me decepciona que los logros que se consiguieron en estos países (Europa), se estén perdiendo por la avaricia, indecencia e ineptitud de nuestros gobernantes.
Espero que los hijos y los nietos de Nayla no tengan que dejarse la vida por los derechos ya conseguidos.
Una mujer luchadora como muchas que recorren el mundo en busca de nuevas oportunidades y de condiciones igualitarias, que a veces en el propio país no se encuentran.
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