jueves, 14 de enero de 2016

Se llamaba Carmen


No la vi muchas veces, porque era amiga de mi mamá y no mía, pero sus recuerdos permean mi vida desde la temprana infancia hasta ahora, cuando las sienes empiezan a platearse.  En sus inicios debieron ser amigas de barrio y de costura, porque mi mamá cosía, pero muy pronto, todavía no abandonábamos la infancia, ella se fue a vivir en uno de los extremos occidentales donde la Bogotá de lo sesenta se expandía.  Así que cada visita a su casa se convertía para nosotros en paseo de día entero.  Salíamos temprano y volvíamos al caer la tarde.  Debía sucederle a ella algo similar porque durante los decenios que duró la amistad de estas dos mujeres fueron más las charlas telefónicas que las presenciales. 

En sus llamadas debían ponerse al día de la vida de la una y de la otra, y también de la de sus hijos, porque crecí, pasé la juventud y llegué a la adultez con la sensación de que era una persona cercana, aunque nunca la veía.  Lo mismo me pasaba en lo relacionado con su familia y con sus hijos. Y pienso que lo que sucedía en nuestra familia, pasaba en la de ella.  Carmen estaba ahí porque era la amiga de mi mamá. Arcenia debía estar allá, porque era la amiga de la mamá.

La primera que abandonó su larga amistad fue mi mamá, que murió hace ya casi tres años.  Carmen, a quien no veía desde hacia muchos, muchos años, quizá decenios, y cuya salud también se deterioraba, se acercó a la funeraria a saludarnos y a despedir a la amiga.  Me pareció la mujer de siempre, discreta, de pocas palabras, y al mismo tiempo, afable y con una sonrisa tenue, siempre a punto de dibujarse, sin terminar de hacerlo. 

Recuperé esa última imagen que tuve de ella el pasado Día de Reyes cuando recibí un mensaje de mi hermana que me contaba que Carmen había muerto y ese era el día de su funeral.  Sentí, otra vez, su presencia tranquila, siempre presente a través de los años, aunque no la viéramos, gracias a una magia incomparable: la de la amistad.  Esas dos mujeres habían logrado que sus hijos participaran de lo que era de ellas y sólo ellas habían construido.  Un hilo fino que nos vinculaba con afectos sólo conocidos por quienes los han vivido.   Y también pensé en la muerte que se lo lleva todo. Despedir a Carmen fue volver  a despedirme de mi mamá.  Tal vez, despedir a mi mamá fue para sus hijos, empezar a despedir a la suya. 

2 comentarios:

  1. Hay tejidos que continuan con los hijos y los hijos de los hijos... hay tejidos milenarios, hay hilos que no se acaban, que nunca se pierden. Aunque a veces hay quien, que los trata de cortar.

    ResponderEliminar
  2. Hi Marbel. Through the wonders of Google, I was able to read your posts. They're delightful - even mechanically translated into English. I look forward to seeing more. Chris from Vancouver.

    ResponderEliminar