Los resultados electorales del domingo 27 de mayo no dejaron a Colombia entre
dos extremas, como titulan los medios, sino entre una extrema, muy de derecha, y
Petro, así que como me escribió una amiga mía: futuro triste.
Colombia va a tener que elegir en tres semanas entre un Duque, protegido y
aupado por un hombre tenebroso como Alvaro Uribe Vélez, y un hombre con buenas
ideas y un programa de gobierno interesante, que busca zanjar las diferencias
abismales de desequilibrio social que se vive en el país, pero con un estilo
que un antiguo colaborador suyo en su momento definió muy bien: déspota.
Déspota es el que se quiere arrogar todas las atribuciones, el
que no escucha e impone, y el que no vacila, en estos tiempos de populismo
delirante, de todos los extremos, en proclamarse a sí mismo como una especie de
mesías, salvador, sí, salvador, y no político, porque la política exige
escuchar, consensuar, respetar, saber ganar y saber perder. Y de esto Petro ha dado muestras suficientes
de no saber.
La amenaza con Petro no es que plantee un país más equilibrado, que es el
que necesitamos. Que haya una distribución más justa de la riqueza, en un país
tan rico, mayores oportunidades de acceso a la educación, la salud y el
trabajo, sólo puede asustar a los cavernarios que siguen repitiendo el viejo
discurso del comunismo, como si el comunismo mismo no sea ya algo que suena a
obsoleto.
La amenaza real de una personalidad como la de Gustavo Petro, cuyas
verdaderas ambiciones se revelan cuando la bota del pantalón se le levanta y deja
ver sus zapatos Ferragamo, es que el dulce del poder engolosine aún más al déspota
que lleva dentro y que ya se ha manifestado, y lo haga sentir imprescindible.
Tendremos entonces un presidente que se hará reelegir hasta el cansancio,
como Daniel Ortega en Nicaragua. Un
populista que hará lo necesario para que los votos le alcancen para seguir
sentado en el sillón presidencial como Maduro en Venezuela y antes Chávez. Un adicto al saludo obsecuente de los que
siempre saben beneficiarse de estas situaciones que olvidará sus promesas de
promover empleo y desarrollo y recurrirá, como lo hizo en Bogotá, al reparto de
mercados entre los más desfavorecidos a nombre de la justicia social, porque
siempre es más fácil dar un bocado y tener seguidores, que generar las reformas
necesarias para que cada uno esté en condiciones de trabajar y conseguirse su
bocado.
Así que los colombianos no estaremos eligiendo entre la extrema derecha, que
es real, con el perfume putrefacto de la corrupción y la muerte en la que han
sepultado al país y su esperanza, y la izquierda, sino entre una derecha que
también pretenderá eternizarse (¿no habrá acaso algún intento de modificar la
Constitución para que Uribe sea presidente por tercera vez?) y Petro. Triste
futuro.