viernes, 8 de febrero de 2019

“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar”


En memoria de Ricardo Alonso
Para Carmen Elisa Acosta


Nos sentamos en sillas altas, de esas que no dejan que los pies toquen el suelo, y nos tomamos un café.  Era martes, mayo y el primero de los cuatro únicos encuentros que tuvimos de manera presencial. Me exponía el proyecto literario que era, quiero pensar que seguirá siendo, La Biblioteca del Río.

Primero se refirió al río que es el Magdalena. Lo había embrujado esa arteria fluvial que atraviesa no sólo Colombia sino nuestra historia. Torre Gráfica, que también era él, había ganado la convocatoria “Literaturas del Bicentenario. Estímulos para la Producción Editorial Nacional” del Ministerio de Cultura.

Eso había sido hacía siete años y desde entonces Diente de León, su sello editorial, había publicado cinco novelas de autores que nutrieron sus relatos en las tumultuosas, y también a veces apacibles, aguas del Magdalena.

La Maldición de Manuel María Madiedo, publicada por entregas en el periódico El Mosaico entre 1859 y 1860; Tránsito, de Luis Segundo Silvestre, impresa en Bogotá en 1886, una historia de amor y de costumbres en la Colombia de la segunda mitad del XIX; Y otras canoas bajan por el río de Rafael Caneva una novela de contenido social en la mitad del veinte; Pescadores del Magdalena, de Jaime Buitrago, publicada en 1938, que podría servir para un estudio antropológico de este oficio; y La Venturosa (1947), de Ramón Manrique, un viaje al río en el Tolima grande y también al ambiente que había antes, durante y después de la guerra de los mil días.

Luego me dijo que Carmen Elisa Acosta, que era la directora editorial de la colección, profesora del departamento de literatura de la Universidad Nacional, y también su mujer, había hecho una recopilación de las obras de autores colombianos que tenían este río como escenario.  Eran muchas, decenas. Y él estaba dispuesto a publicar todas las que se pudieran y a que estuvieran a disposición de los lectores, ojalá en la red de bibliotecas del país. Por eso estábamos allí.  Porque quería que En el brazo del río, de mi autoría, hiciera parte de La Biblioteca del Río.

Antes de despedirnos me llevó hasta el stand de la Universidad Nacional y buscamos algunos libros de Carmen Elisa. Finalmente encontramos solo uno.  No sólo era un editor convencido, con una pasión por su trabajo que se reflejaba en sus palabras.  Admiraba profundamente a su mujer y estaba orgulloso de ello. Como de Irene su hija, a la que le reconoce su trabajo en la editorial en los créditos de cada una de las novelas de la Biblioteca.

Su talante y valentía las encontré después de ese primer encuentro en 2017, cuando en enero del año pasado, en plena reedición de la novela, me dijo que quería hablar conmigo.  Debido a la distancia lo hicimos por teléfono.  Me contó entonces cómo un dolor en el brazo al que, en un principio no le puso mucho cuidado, terminó por incapacitarlo a tal punto que tuvo que recurrir a los médicos.  De allí en adelante se desató todo lo que desata la enfermedad:  una vorágine de citas, de esperanzas, de síntomas, de dolores, de alegrías, de cuidados, de tristezas, de emociones, de sentimientos, de miedos, de recurrencias, de qué decir… eso exactamente solo lo saben quienes lo han vivido.

En el intersticio se publicó En el brazo del río, una reedición preciosa, cuidada y presentada en la Feria del Libro de Bogotá un año después de nuestro primer encuentro, sin que Ricardo pudiera estar, pero estuvo Carmen Elisa. 

Nos habíamos visto una vez más, recién aterrizada yo en Bogotá; y nos vimos otra más. Una tarde en la sala de su casa, con los cerros de Bogotá de fondo, y el sol que aparecía tibio y prometedor.  Hablamos de muchos temas. Sobre todo de sus proyectos editoriales, pero también de la enfermedad y de la vida que es finita y de la muerte que nos espera a todos.  Carmen Elisa estaba allí, y cuando me acompañó a tomar un taxi me dijo:  Yo amo a este hombre.

Este hombre que se fue en enero.