En memoria de Ricardo Alonso
Para Carmen Elisa Acosta
Nos sentamos en
sillas altas, de esas que no dejan que los pies toquen el suelo, y nos tomamos
un café. Era martes, mayo y el primero
de los cuatro únicos encuentros que tuvimos de manera presencial. Me exponía el
proyecto literario que era, quiero pensar que seguirá siendo, La Biblioteca del
Río.
Primero se
refirió al río que es el Magdalena. Lo había embrujado esa arteria fluvial que
atraviesa no sólo Colombia sino nuestra historia. Torre Gráfica, que también
era él, había ganado la convocatoria “Literaturas del Bicentenario. Estímulos
para la Producción Editorial Nacional” del Ministerio de Cultura.
Eso había sido
hacía siete años y desde entonces Diente de León, su sello editorial, había
publicado cinco novelas de autores que nutrieron sus relatos en las
tumultuosas, y también a veces apacibles, aguas del Magdalena.
La Maldición de
Manuel María Madiedo, publicada por entregas en el periódico El Mosaico entre
1859 y 1860; Tránsito, de Luis Segundo Silvestre, impresa en Bogotá en 1886, una
historia de amor y de costumbres en la Colombia de la segunda mitad del XIX; Y
otras canoas bajan por el río de Rafael Caneva una novela de contenido social
en la mitad del veinte; Pescadores del Magdalena, de Jaime Buitrago, publicada
en 1938, que podría servir para un estudio antropológico de este oficio; y La
Venturosa (1947), de Ramón Manrique, un viaje al río en el Tolima grande y
también al ambiente que había antes, durante y después de la guerra de los mil
días.
Luego me dijo
que Carmen Elisa Acosta, que era la directora editorial de la colección,
profesora del departamento de literatura de la Universidad Nacional, y también
su mujer, había hecho una recopilación de las obras de autores colombianos que
tenían este río como escenario. Eran
muchas, decenas. Y él estaba dispuesto a publicar todas las que se pudieran y a
que estuvieran a disposición de los lectores, ojalá en la red de bibliotecas
del país. Por eso estábamos allí. Porque
quería que En el brazo del río, de mi autoría, hiciera parte de La Biblioteca
del Río.
Antes de
despedirnos me llevó hasta el stand de la Universidad Nacional y buscamos
algunos libros de Carmen Elisa. Finalmente encontramos solo uno. No sólo era un editor convencido, con una
pasión por su trabajo que se reflejaba en sus palabras. Admiraba profundamente a su mujer y estaba
orgulloso de ello. Como de Irene su hija, a la que le reconoce su trabajo en la
editorial en los créditos de cada una de las novelas de la Biblioteca.
Su talante y
valentía las encontré después de ese primer encuentro en 2017, cuando en enero
del año pasado, en plena reedición de la novela, me dijo que quería hablar
conmigo. Debido a la distancia lo
hicimos por teléfono. Me contó entonces
cómo un dolor en el brazo al que, en un principio no le puso mucho cuidado,
terminó por incapacitarlo a tal punto que tuvo que recurrir a los médicos. De allí en adelante se desató todo lo que
desata la enfermedad: una vorágine de
citas, de esperanzas, de síntomas, de dolores, de alegrías, de cuidados, de
tristezas, de emociones, de sentimientos, de miedos, de recurrencias, de qué
decir… eso exactamente solo lo saben quienes lo han vivido.
En el
intersticio se publicó En el brazo del río, una reedición preciosa, cuidada y
presentada en la Feria del Libro de Bogotá un año después de nuestro primer
encuentro, sin que Ricardo pudiera estar, pero estuvo Carmen Elisa.
Nos habíamos
visto una vez más, recién aterrizada yo en Bogotá; y nos vimos otra más. Una
tarde en la sala de su casa, con los cerros de Bogotá de fondo, y el sol que
aparecía tibio y prometedor. Hablamos de
muchos temas. Sobre todo de sus proyectos editoriales, pero también de la
enfermedad y de la vida que es finita y de la muerte que nos espera a
todos. Carmen Elisa estaba allí, y cuando
me acompañó a tomar un taxi me dijo: Yo
amo a este hombre.
Este hombre que
se fue en enero.