lunes, 24 de agosto de 2020

El reinado de la muerte

Nos vemos en el platanal. Así me contaron hace casi treinta años que se despedían los migrantes colombianos en las plazas y bares de Roma al despedirse.  El platanal era el país.  Una finca con capataz. Así lo llamó un buen amigo mío, en una de las tantas conversaciones en las que Colombia es nuestro tema.  Sumo platanal y finca y pienso en feudo.  Un feudo con señores feudales y siervos. Vasallos que, fieles a su compromiso, marchaban y mataban, cuando así lo disponían sus señores, a otros siervos tan paupérrimos como ellos, contra quienes no tenían nada distinto a que sus señores estaban en disputa.

Nuestro platanal, Colombia, tiene organización de Estado moderno, Constitución política, división de poderes, instituciones públicas y privadas, una infraestructura medianamente desarrollada, casi toda la zona centro del país, y cincuenta millones de habitantes que, para todos los efectos, seguimos siendo siervos de los señores que, irónicamente, nosotros mismos hemos elegido, como una ganancia de la democracia. 

La clase política ha estado casada en la mayoría de los gobiernos solo con sus intereses.  Si algo ha avanzado Colombia es porque hubiera sido vergonzoso para ella quedarse atrás de las conquistas del mundo civilizado. Los gremios y clases empresariales, con cuanta más razón, solo bogan para sí mismos.  Las clases ilustradas o son tecnócratas y burócratas al servicio de los mismos señores o son voces que se alzan sin que lleguen a ser una coral que resuene con fuerza y produzca al menos vibraciones. Los siervos entre tanto sirven, de acuerdo a las condiciones modernas, pero sirven y mueren y también matan y se matan, al servicio de sus señores. Tanto así que matar, lo he escrito otras veces, se ha convertido en el verbo más conjugado en Colombia.

Los señores, con esto de las complejidades del mundo contemporáneo, ahora son muchos, de diversos orígenes, con intereses compartidos o disímiles, pero a todos les hace felices el odio que siembran, la sangre que se derrama sin contemplación, la muerte que reina.  Porque en Colombia estamos viviendo el reinado de la muerte.  A ella le sirven esos señores, de cuyas cadenas no nos hemos liberado y a cuyo servicio se conjuga el verbo matar, al mismo tiempo en que se siembra con él un miedo y una indolencia que nos hace ciegos, mudos, sordos frente a lo que esta pasando.

Anestesiados por tanta sangre no reaccionamos.  Las masacres ser quedan en los lugares donde ocurren. Los líderes sociales asesinados no parecen nuestros.  La toma del territorio por las bandas criminales es problema de otros. Si seguimos así, no va a cambiar nada en este platanal en el que el capataz elegido cubre con palabras babosas tanta muerte, mientras mira para otro lado.