Esta sobre nosotros, arriba, siempre.
Lo entendemos y lo vemos azul y así lo describimos, pero dependiendo de las
condiciones atmosféricas, la altitud desde donde lo observemos, la hora,
la luz del sol, el reflejo de la tierra, puede tornarse en muchos colores, de
un rosa pálido, a un rojo intenso, de un verde suave a un verde azulado,
puede ser casi blanco o blanco puro, o quizá gris, pero está encima de nosotros
y allí sigue y seguirá hasta que de verdad llegue una vez el final de este
planeta, pero para ello se necesitaran millones de años, y nosotros, la especie
humana, sólo lleva en esta superficie un suspiro, comparado con la edad del
globo terráqueo.
Así que con esta certeza,
irrefutable, porque está ahí, es con la que deberíamos responder cada vez que
lo aciago y, aún peor, lo apocalíptico pareciera devenir sobre nuestras
sociedades y nuestras individualidades. Mirar arriba, mirar el cielo,
como los poetas y pensar que desde que la humanidad tiene razón de sí misma de
forma periódica ha pensando hallarse ante el final y aún así la vida ha
continuado.
Sigue porque al mismo tiempo en que
somos bombardeados por todo tipo de información que se solaza cada vez más en
lo que falta que en lo que se tiene–más en la muerte, la guerra, el terrorismo, el
hambre, la enfermedad, todo aquello que nos amenaza– existen a diario, en todos los
lugares del mundo, gestos cotidianos de solidaridad, de justicia, de
generosidad, de equilibrio, de amor, que también habría que contar, o al menos,
tener los ojos limpios para verlos. Dejar que lleguen al corazón que es
donde decimos que residen los sentimientos y lo entibien, porque si no
moriremos de tristeza y de desolación ante lo que parecen escaladas inacabables
de la falta de razón y corazón de unos pocos, porque la mayoría, la inmensa
mayoría de los siete mil millones de habitantes de la tierra que somos, estoy
segura de que somos distintos.
Hay que mirar al cielo.
A veces se nos olvida mirar al cielo y ver que aún seguimos vivos, somos maquinas de tiempo, con horarios, rutinas, parecemos a veces como hámster encerrados, solo vemos las cosas cuando nos salimos del día a día. Por eso mirar al cielo es reconocer que aún seguimos en este planeta.
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