El proceso es sutil, pero
continuo. Sucede frente a nuestras
narices, pero no parecemos darnos cuenta.
Un día empecé a escuchar con reiteración la palabra “marca” pronunciada,
muy especialmente, por los políticos que la usan para hablar de la imagen del
país, sobre todo, en el exterior. Hasta ese momento las marcas que conocía eran
las de los productos en los mercados.
Una marca es un distintivo, que diferencia un bien o servicio, para que
nadie lo confunda con otro. ¿Será posible que terminemos confundiendo Indonesia
con España? Una marca, además, se registra, para que los competidores no se
apropien de ella: ¿Habrá otro país que quiera llamarse España?
Dejé las cosas así para no
decir que le estaba buscando cinco patas al gato, pero otro día al entrar en el
Metro de Madrid para dirigirme al centro me encontré de buenas a primeras con
el hecho cumplido de que Sol, la estación que el mismo Metro califica de
emblemática en su página web, (está en el corazón de Madrid, tiene salida al kilómetro
cero de España y además hace parte de la línea uno, la primera que tuvo la
ciudad en 1919), ya no se llamaba Sol. ¡Ahora era Vodafone Sol!
Tomé nota, y no quise volver
al tema, hasta otra mañana en la que en la radio empezaron a hablar de un evento
en el Barclaycard Center. ¿Pero acaso el Barclays no es un banco?¿Sería que los
banqueros ingleses invirtieron en crear un centro de convenciones o algo
similar en la capital de España?
Tuve que poner mucha atención para descubrir que se referían al Palacio de los
Deportes construido en 1960 y reconstruido en 2001, luego de un incendio, y con
el mismo nombre, ¡hasta que un día amaneció cambiado y en inglés!
La cuestión no es anecdótica,
ni lo que sucede aquí es aislado. Es más profunda de lo que parece. Refiere a ese
mundo que se está haciendo ante nosotros, con o sin nuestra colaboración, y al
que unos pocos –los que quieren ser sus dueños y en quienes se está
concentrando la riqueza del planeta– están empeñados en
convertir en un gigantesco supermercado donde todo se vende y todo se compra,
¡hasta los nombres!, en hechos que no tienen ninguna gratuidad. Las
generaciones que ahora crecen hablarán de “marca” y no de país, de Vodafone y
no de Sol, del Barclaycard center y no del palacio de los deportes.
Es cierto, ahora es publicidad y consumismo. Se está perdiendo la identidad.
ResponderEliminarComo me asusta este mundo de marcas, de particularidades difusas y confusas, de vidas expuestas a todos a través de redes sociales y de espacios compartidos sin control. Como me duele lo vendidos que estamos a postores inhumanos que pujan por nuestra libertad y nos la arrebatan sin que nos percatemos.
ResponderEliminarSerá que pienso en todo eso... Y cómo duele pensar