miércoles, 3 de noviembre de 2021

Censuras, que las hay, las hay

En mayo pasado, desde el portal de un grupo español, dedicado “a la sostenibilidad y la transformación social centrada en información de calidad, el diálogo y la reflexión”, me solicitaron una entrevista sobre la situación en Colombia y mi actividad literaria.  

Busqué en la web y leí que se presenta como un medio con “una personalidad inequívocamente disruptiva y una voluntad clara de propiciar ese cambio necesario que nos implica a todos. Por ello entre sus intereses figuran tanto aspectos de justicia social como la lucha contra la desigualdad, la defensa de los derechos humanos o el apoyo a la diversidad…”. 

Así que contesté las nueve preguntas y esperé a que me enviaran el enlace de la publicación.  Unos doce días después el periodista que me había contactado me escribió para decirme que la entrevista estaba lista, pero que su jefa quería consultarla con la dirección.  Pasaron otros días y llegó un nuevo correo:  

Henry Pryzbyl Vivas, me contaba que, pese a su insistencia, su jefa no le daba respuesta. Ese día él iniciaba sus vacaciones, las últimas antes de jubilarse, y me decía que estaría atento a la publicación, aunque creía que no la harían. Me adjuntaba el texto redactado y cerraba diciéndome que se alegraba de librarse de “estas situaciones”.

Las situaciones de las que habla Pryzbyl no son únicas ni inéditas.  En septiembre, en la Feria del Libro de Madrid, el veto a los escritores que no son del agrado del gobierno colombiano cruzó el Atlántico y cobijó a los que residimos aquí.  No había espacio en la apretada programación, le dijeron a mi editor; pero Colombia terminó la Feria sin usar la totalidad de los espacios de los que disponía como país invitado.  

La incoherencia entre lo que un portal describe como su política editorial y sus realizaciones, dejó colgada para siempre la entrevista.  La “neutralidad” que reclamó el embajador de Colombia a los escritores resultó un insulto para quienes vinieron y una censura para los que vetaron.

Les dejo ahora la entrevista que no fue publicada.  Juzguen ustedes mismos que es lo terrible que se dice y puede sentar tan mal.

Entrevista a la escritora y periodista colombiana Marbel Sandoval

“Las mujeres somos, por antonomasia, las defensoras de la vida en todas sus vertientes”

Sus palabras son como la voz de la conciencia de un país, Colombia, asolado durante siglos por la violencia y un odio enquistado que se ha ido acumulando a lo largo del tiempo. Pese a su apariencia menuda y frágil, Marbel Sandoval demuestra en esta entrevista con ‘Soziable.es’ la fuerza que tiene la escritura para transmitir todo el dolor de una sociedad que ansía mayoritariamente la paz, en especial las madres y mujeres que dibuja con precisos trazos de realidad en sus novelas.

Emigrada desde hace doce años a Madrid, aunque realiza frecuentes viajes a su país de origen, la escritora y periodista colombiana no ha abandonado un momento su inquietud por la realidad de la convulsa tierra en que nació y no se arredra a la hora de denunciar los manejos de una clase política que ha dirigido los destinos de la ciudadanía anteponiendo sin pudor sus propios intereses. Pese a todo, aún conserva esperanzas de que prospere el proceso de paz.

-A su juicio, ¿qué subyace tras la ola de violencia recientemente vivida en Colombia? 

-Siglos de abandono.  Colombia es un país que discrimina por clase, raza y género.  Estamos hablando entonces de todo tipo de abandonos.  Abandonados aquellos que pertenecen a las clases de a pie, que son hoy, en pleno siglo XXI, si le ponemos datos recientes del Departamento Nacional de Estadística, 42 de cada cien, pero que yo elevo a muchos más, al menos a 70 de cada cien; personas que tienen que lucharse la vida a diario, en todas las formas del rebusque, palabra muy colombiana, para subsistir.  Abandono de los negros, los indígenas y los campesinos, en un país cuyo futuro debería estar en el desarrollo de la agricultura. Abandono de las mujeres, sostenedoras de la vida y, al tiempo, víctimas y botín en todas las violencias, porque las hay de muchas clases. Abandono que siembra condiciones de pobreza, desigualdad, inequidad e injusticia insoportables.  Todo esto en un país inmensamente rico.  Un abandono en el que yo encuentro que hay responsables: las clases dirigentes, comprometidas, casi siempre, con sus propios intereses.  Gobiernos que están de espalda al verdadero país.  Tecnócratas muy preparados que defienden y aplican las fórmulas que les dicta el capital internacional, olvidando qué es realmente Colombia. Profesionales de alto desempeño que pronto olvidan cuál es su país …el tema es largo. 

-Usted defendía que el odio estaba muy presente en la sociedad colombiana. ¿Ha cambiado algo de unos años a esta parte?

-No es una defensa del odio.  Es una afirmación: en Colombia hay odio.  Un odio que ha alimentado, in crescendo, la derecha del país, muy bien escenificada por Alvaro Uribe Vélez, expresidente colombiano, que utilizó ocho años de gobierno para acentuarlo y que sigue sembrándolo después de dejar el poder.  Una derecha que se opuso a los acuerdos de paz con la guerrilla más antigua del mundo; que logró, a base de mentiras, que el plebiscito por la paz, que refrendaba los acuerdos, perdiera por un estrecho margen; y que en los casi tres años del actual gobierno ha hecho lo posible y lo imposible por hundirlos. 

Un odio que no es nuevo y que apela a aquello que se ha ido sembrando en lo más profundo de los colombianos, que no hemos conocido, ni en esta ni en las anteriores generaciones, un país en el que haya podido vivirse en paz. De guerra en guerra desde la independencia de España, en 1819, hasta la Guerra de los Mil días, que terminó al empezar el siglo XX, y que permitió unas décadas de relativa calma hasta 1948 cuando el asesinato de un líder liberal provocó un estallido, similar al de ahora, y que conocemos como La Violencia.  Esta Violencia es el referente más cercano de todo lo que ha venido después y, por supuesto, de la violencia ha nacido más violencia, cada vez más descompuesta en sus formas.  No en vano es en Colombia donde encontramos expertos en violencia, a quienes conocemos como los violentólogos, o libros como ‘Perdonar lo imperdonable’ (Claudia Palacios) o ‘Antropología de la Inhumanidad’ (María Victoria Uribe), para citar solo ejemplos, porque hay cientos.  ¡Imagínese usted lo qué se ha vivido para llegar a esto! 

-Concretamente, ¿cuál es el papel jugado por las mujeres en esta época convulsa? 

-Si se refiere a las movilizaciones de noviembre de 2019 y a las jornadas de protesta actuales, que se iniciaron el 28 de abril pasado, aunque no estoy en Colombia, sé que las mujeres hemos participado en las movilizaciones, pero no sabría en qué proporción.  Pero sé algo más importante.  Lo dije arriba.  Está en mis novelas.  Estoy convencida de que las mujeres hemos tenido la fortaleza necesaria para rehacernos en medio de todas las barbaries.  Son mujeres las madres de Soacha que buscan a sus hijos; son mujeres las que en Cali, que vive una situación de asedio difícil, para no decir dramática, circulan mensajes como “cuando tu acción no es violenta, te vuelves imparable”. Somos las mujeres, por antonomasia, las defensoras de la vida en todas sus vertientes.  Lo cual no impide que reconozca que también hay mujeres del lado de la muerte. 

-¿Qué balance hace del proceso de paz en el país? 

-Es un proceso que avanza, aunque muy torpedeado.  El trabajo que se hace desde la Justicia Especial para la Paz, la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, tres mecanismos acordados en el marco de los acuerdos de paz, tendría que confluir en el alivio de las tensiones que se han vivido en Colombia.  Sus frutos tendrían que ser como las aguas de un río que fluyen, limpian y riegan la tierra, es decir la vida, para que florezca.  Pero se necesita tiempo y que las dejen trabajar. 

-¿Podrá por fin Colombia recuperarse de tantos años de enfrentamiento armado? ¿Es posible el olvido y la reconciliación plena? 

-Podrá, pero no sé cuándo.  He hablado de la situación de abandono, de la política, pero Colombia es un país muy complejo.  A lo mencionado hay que añadir grupos insurgentes todavía fuera de acuerdos de paz, la corrupción, que campa, (esta es una situación que se vive en el mundo entero, siempre pienso que la humanidad es, en este momento, como un cuerpo dañado en su interior, pero que el daño es tal que ya hay pus en la piel); y, como si faltara algo, el narcotráfico, con todas sus secuelas, incluidas las de aumentar la descomposición en la que ya estamos inmersos.  Un tema que no tendrá solución hasta que los países consumidores acepten que el problema se solucionará el día en que legalicen el consumo.  Dejarían la hipocresía, la droga bajaría de precio, el consumidor la compraría en un mercado legal, como se compra hoy el alcohol, o la marihuana en algunos países, y los colombianos dejaríamos de pagar el precio no solo en vidas sino en medio ambiente: miles de hectáreas regadas con glifosato.  ¿Cuántos alimentos contaminados? ¿Cuántas tierras arruinadas?... 

-Cómo se vive la situación del país desde la distancia provocada por su emigración a España 

-La vivo tan de cerca como puedo.  Me duele lo que sucede en Colombia. Leo los periódicos y portales que traen información fiable.  Busco opiniones independientes. Hablo con mis amigos y familia. Sintonizo el corazón y el pensamiento con el país que me vio nacer.

-¿Cuál es el hilo conductor que le llevó a escribir la trilogía ‘Las brisas’, ‘En el brazo del río’ y ‘Joaquina Centeno’? 

-La memoria.  La propia, estas tres novelas se alimentan en hechos reales que conocí en mi ejercicio como periodista, y otra memoria, la de Colombia, que tiene que ser contada como ayuda para re-conocernos, para no olvidarnos; quizá así dejemos de repetirnos. Lo hago como un ejercicio para mantener mi propia esperanza porque, como dije al principio, Colombia vive una espiral continua en la que parece que no mirara su pasado, o no se mirara en el espejo. Y quien no se conoce, no avanza. Quien no se mira, terminará por no reconocerse.  

-Hace poco, decía usted que estaba en un viaje hacia sí misma ¿Qué descubrió?

-Que me sigo descubriendo.  Que siempre hay lugares oscuros que se pueden iluminar en la medida en que tenga el valor de mirarme a mí misma. Valor que espero no perder.  La vida pone muchas trampas. 

-¿En qué anda ocupada profesionalmente en estos momentos? 

-Acabo de revisar los originales de ‘En el brazo del río’, ‘Joaquina Centeno’ y ‘Las Brisas’ que serán publicadas en España en un solo volumen bajo el título ‘Conjuro contra el olvido’* por Punto de Vista Editores.  Y preparándome para sacar a la luz dos novelas más, ya escritas, y añejadas en el tiempo.


*Conjuro contra el olvido ya fue publicado. Se encuentra en librerías desde septiembre pasado.





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