“Siquiera existieron esas mujeres porque si no
dónde estaríamos”, le dijeron sus dos hijas a mi amiga al salir de la sala de
cine donde acababan de ver Sufragistas.
“Entonces estaríamos nosotras dando la pelea”, les respondió ella. Cierto, pero también muy cierto que la
conquista de nuestros plenos derechos y su ejercicio en igualdad de condiciones
y consideración sigue siendo una victoria frágil que necesita nuestro empeño a
fondo si queremos sostenerla.
Podemos elegir y ser
elegidas, nos integramos a la vida laboral, ejercemos nuestros derechos sobre
nuestro cuerpo, parimos cuando queremos, y si no queremos no parimos, somos
científicas, artistas, profesionales, intelectuales, amas de casa, mujeres de
negocios, políticas, dependientas, vendedoras, secretarias, ejercemos mil
oficios; todas ellas conquistas más o menos homogéneas en occidente porque lo
mismo no puede decirse de las mujeres en oriente, esclavas todavía de los
hombres, apoyados en la alienación de la religión.
Tenemos compañeros que se
arremangan y acometen con nosotras, o sin nosotras, las tareas del hogar, que
disfrutan de las licencias de paternidad, que no tienen miedo de expresar su
ternura, que reconocen nuestra inteligencia y que recurren a ella; que saben,
como Saramago, que además de los sueños de los hombres es la conversación de
las mujeres la que sostiene el mundo.
Es decir, hemos logrado
mucho, pero falta aún muchísimo, porque lo que tenemos está en riesgo por el
machismo, ese veneno atávico de la especie, como muy bien lo definió esa
magnifica persona, escritora y periodista, que fue Silvia Galvis.
Veneno que fluye y que nos
acaba la vida. Son cientos sino miles los feminicidios que se cuentan a diario
en todos los puntos del planeta. En Ciudad Júarez, en México, somos
asesinadas en una total impunidad, hasta contar cientos. En Colombia las estadísticas dicen que
cuatro mujeres pierden la vida cada día. En Ecuador más de la mitad de las
muertes violentas son de mujeres. En
España sólo en enero hombres embrutecidos le quitaron la vida a ocho mujeres,
que fueron sus compañeras. Y
así podría seguir.
Pero no sólo nos ocasiona la
muerte física, que es el extremo. A
diario nos enfrentamos a prácticas machistas que buscan causarnos un dolor más
profundo que la muerte misma, como son el asesinato de los hijos, las
violaciones reiteradas, las humillaciones extremas, cimentadas en la violencia
doméstica e intrafamiliar, esa que se ejerce de manera silenciosa, que perpetúa
el machismo, y que no siempre sale a la luz.
Y si seguimos recogiendo, de
lo más abismal a lo más cotidiano, nos encontramos que para sobresalir las
mujeres tenemos que demostrar dos y tres veces más valía que un hombre. Que en promedio nuestros salarios
siempre son menores. Que no pocas
veces en los espacios públicos muchos hombres hacen burla de nosotras, aunque
luego lo disfracen, con sorna, de inocentes chistes. Y que en el mundo de los
negocios, valga un solo ejemplo, muchas decisiones se toman en espacios considerados como
masculinos; nunca en un costurero, que seguimos tipificando como femenino –minusvalorado por tanto– aunque Ítaca se salvó porque Penélope tejió y
destejió, protegiendo así el trono.
Y si levantamos la mirada a
las vallas publicitarias o a la televisión encontramos que las mujeres seguimos
siendo moneda de cambio. Nos ofrecen para vender automóviles, bebidas, fama,
prestancia, placer; nos ofrecen porque sí y porque no.
Y peor aún, que entre todo
lo que se vende, y se sigue comprando, está la imagen de una mujer a
disposición del macho, sin otro objetivo que complacerlo. Y todavía peor, que muchas de las
jóvenes que crecen en estos tiempos idealizan este papel y quieren
interpretarlo.
Lo dicho por Silvia Galvis,
el machismo es el veneno atávico de la especie, al que no somos inmunes ni
siquiera la mujeres que somos sus primeras víctimas y al que tenemos que hallarle
una cura. Son muchos nuestros
logros, pero muy frágiles todavía. Tenemos que trabajar y trabajarnos, hombres
y mujeres, hasta que se erradique la última gota del veneno y, entonces, la
igualdad sea no sólo letra escrita sino letra viva.
Muy bien.
ResponderEliminarQ buena reflexión.
ResponderEliminarQ buena reflexión.
ResponderEliminarY denunciar la excesiva prudencia y cautela (interesada?) en toda expresión literaria y filosófica española sobre la situación de nuestras hermanas en los países musulmanes.
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