Hubo una vez, unos años,
algunas décadas en las que se impuso el sueño de un mundo en el que se vivía en
paz con una casa a la cual llegar, brazos que se extendían para ser recibido,
lugares conocidos por los cuales transitar y vecinos, amigos y sociedades donde
pasaban cosas terribles, pero no espantosas.
Sucedió después de la
segunda guerra mundial y aunque a continuación empezó la guerra fría, está era,
para millones y millones, la confrontación entre dos grandes potencias que se
llevaba a la pantalla con temas de espías y amenazas nucleares, pero nunca
hasta pensar que se podía ser alcanzado por sus consecuencias reales.
Por supuesto que esto
sucedía en el cine, porque en el mundo real esta confrontación sí se llevaba
vidas entre sus brazos y países sometidos a doctrinas de seguridad del estado,
torturas y desapariciones; pero aún así, el mundo parecía seguro.
Los que vivíamos en los
países donde se medían las fuerzas estábamos convencidos de que un día el mundo
mejoraría y todo eso pasaría. Para eso luchábamos y nos empeñábamos. Los que vivían en esa parte del mundo
que ya había alcanzado el bienestar pensaban que eran invulnerables. Nada podía
cambiar lo que habían logrado. Sus gobernantes se empeñaban en guerras y
conquistas de mercados, que es como se coloniza ahora, pero eso pasaba en otros
lares.
Pero llegó un día, como en
los cuentos infantiles, un día en que el sueño se rompió. Ese día el mundo ya era una aldea
global donde lo que sucedía en un lado del hemisferio se conocía
inmediatamente, por la magia de los medios, al otro lado. Era mañana para
algunos, mediodía para otros y noche en el otro medio mundo cuando el
transcurrir cotidiano –con todo lo que contiene esta palabra– se interrumpió con la imagen de un avión estrellándose
contra una gran torre en la ciudad de los rascacielos.
Los que vimos la primera
imagen, emitida casi inmediatamente, y que debimos ser miles contados en
millones, pudimos haber tenido el mismo pensamiento: un piloto con problemas en
su aeronave, pero, a continuación, cuando vimos al segundo avión estrellarse
contra la otra torre, por algo las llamaban gemelas, supimos que algo estaba
pasando y que no era bueno.
Han pasado un poco más tres
lustros desde ese martes. Cinco mil seiscientos días en los que el sueño de un lugar seguro en el mundo quedó
despedazado, de todas las maneras.
No se trata solamente de las
cientos de muertes provocadas por toda clase de explosiones, en sitios
cotidianos y tranquilos, en países
del primer mundo, pero también del segundo y del tercero, (aunque parece que
los que duelen y por los que reclaman son únicamente por los muertos del
primero) sino la sensación profunda de inseguridad, sembrada en el fanatismo
religioso, el renacimientos de las ultraderechas y el populismo, la elección de individuos peligrosos como mandatarios, el retroceso y corrupción de las clases políticas, el detrimento de
los derechos sociales y políticos –acabados antes de que
los disfruten en equidad todos los habitantes del planeta– y el imperio del capital por encima de la dignidad
humana y de la supervivencia misma de la tierra.
Érase una vez un mundo al
que llegó una sombra negra para cubrirlo… Y, como en los cuentos, espero que seamos
millones los que empeñemos cada día nuestra vida, inteligencia y recursos para
que la sombra se disipe y, al hacerlo, permita ver una tierra verde y nueva,
renacida de sus cenizas, porque si no pasa así, no habrá quien la vea.
Erase una vez un mundo, llamado Occidente, que manipuló y violó los derechos de otro mundo llamado Oriente. Dividió al mundo en dos: en buenos, a los que estaban con él, y en malos, a los que estaban en contra de él. Creó fronteras a su antojo y necesidades, sin fijarse que en un mismo territorio quedaban confrontaciones milenarias o separaba culturas milenarias. Esas razas y culturales al cabo de siglos de injusticias y guerra, se levantó contra esa mano opresora y manipuladora -que considera "fanatismo religioso" su reacción-, para hacerle pagar su ceguera, su manipulación, su olvido, su ignominia, su fanatismo religioso protestante y católico, aunque no lo vea así, por creer que su actuar era perfecto! Bueno, ahí estamos viendo, que tan perfecto era y es...
ResponderEliminarHola Marbel si q triste estamos volviendo a épocas oscuras llenas de incertidumbre con líderes populistas, manipuladores y de división politica e ideológica. Todavía falta mucho para crear un mundo de tolerancia y respeto por la diversidad. No hemos evolucionado como seres humanos a pesar de los avances científicos y tecnológicos. Contrario a ello estamos repitiendo ciclos con otros personajes.
ResponderEliminarHabía un idiota que se rascaba la pierna y dejaba que se le infectara, así no lo hacían trabajar. Haya que un día la infección lo invadió tan rápido que no pudo hacer nada.
ResponderEliminarEl mundo es uno, los países demasiado juntos, nada pasa sin que repercuta en los otros.