martes, 4 de octubre de 2016

Entre dos aguas

Escrito el jueves 29 de septiembre


No se puede nadar entre dos aguas o por lo menos no por un tiempo indefinido y eso es lo que le pasó al PSOE que en estos momentos, mientras escribo, enfrenta quizá la peor crisis de su más de cien años de historia.

Los analistas que escucho se centran en el momento, en el hecho que desató la crisis: renunciaron 17 miembros de la ejecutiva y su secretario general se sostiene en que el poder es todavía el suyo.

Discuten la forma, la norma y la interpretación, pero ninguno el fondo.  ¿Cómo es que el PSOE llegó a este momento? ¿Cómo es que el partido al que se le reconoce la modernización de la España postfranquista, la instauración de derechos sociales y el reconocimiento de derechos humanos como el matrimonio homosexual se está hundiendo y, además, en un espectáculo público trasmitido por todos los medios?

Algo estaba pasando, y no habían querido reconocerlo.  La descomposición interna estaba revelada  en las urnas donde en las dos últimas votaciones, porque en un año se ha votado ya dos veces para presidente de gobierno, ha perdido más y más escaños.

Y sí, es cierto lo que ellos afirman, que la militancia, y mucho menos la totalidad de sus  seguidores, no son la dirigencia del partido, pero sí son sus votantes; y estos iniciaron una estampida en cuanto sintieron al partido lejos de los que habían sido sus postulados.

Porque al PSOE, quizá porque ya es centenario, le pasó lo que suele sucedernos a los seres humanos cuando tenemos la fortuna de vivir muchos años.   Que si no nos vigilamos y estamos atentos al acontecer del mundo, tendemos a conservatizarnos.

Y el PSOE perdió su esencia.  Quiso mantener un discurso social de derechos pero comulgó –y se hizo explícito en el segundo gobierno de Zapatero con una política económica que deprime estos derechos y cuyo fin es llevarlos al límite, hasta cercenarlos.  Y las bases que parecen no tener rostro, ni identidad, nos demuestran que no es tan así, que se abren corrientes de pensamiento, de opinión y de decisión, sobre todo cuando las decisiones tomadas las golpean. Y se fueron a otros lares.

Pedro Sánchez, su actual secretario, entrenado en la política, quiso nadar en las mismas aguas, pero le llegó un momento de esos que llaman de verdad –aunque en política las verdades siempre son ambiguas en que tuvo que reconocer, al menos lo dijo en público, que el PSOE debería alinderarse hacia otro lado.

Imposibilitado para sostenerse entre dos aguas, Sánchez eligió por lo menos en el discurso ir hacia la orilla que rescataba los postulados más sociales del partido. Fue Troya. Felipe González se sintió desconocido. Él que empezó a hablar de permitir el gobierno del PP y que contó que en una conversación con Sánchez  habían acordado que se votaría no a la investidura de Rajoy en la primera  votación y se abstendrían en la segunda hizo sentir una vez más la influencia de su voz.  Después de su queja pública contra Sánchez vino la embestida. Renunciaron los 17 miembros de la ejecutiva.  Sánchez quedó sólo y parapetado en unos cuantos que se sostienen, por ahora, a su lado.

Hablan de la debacle del partido. De las posibilidades de una escisión.  De salidas dignas. De puntos meridianos.  Ignoro cuál salida encontrarán. Lo que si sé es que alejarse de los postulados básicos, aquellos que le dan identidad y coherencia a la existencia de un órgano social, como lo es un partido, “conservadurizarse” con los años y traicionar la esencia, tiene consecuencias.


PD. Sin saber cómo se resolverá esto, aventuro que Sánchez dejará de ser secretario general y que el PSOE permitirá la investidura de Rajoy.



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