Escrito el jueves 29 de septiembre
No se puede nadar entre dos
aguas o por lo menos no por un tiempo indefinido y eso es lo que le pasó al
PSOE que en estos momentos, mientras escribo, enfrenta quizá la peor crisis de
su más de cien años de historia.
Los analistas que escucho se
centran en el momento, en el hecho que desató la crisis: renunciaron 17
miembros de la ejecutiva y su secretario general se sostiene en que el poder es
todavía el suyo.
Discuten la forma, la norma
y la interpretación, pero ninguno el fondo. ¿Cómo es que el PSOE llegó a este momento? ¿Cómo es que el
partido al que se le reconoce la modernización de la España postfranquista, la
instauración de derechos sociales y el reconocimiento de derechos humanos como
el matrimonio homosexual se está hundiendo y, además, en un espectáculo público
trasmitido por todos los medios?
Algo estaba pasando, y no habían
querido reconocerlo. La
descomposición interna estaba revelada
en las urnas donde en las dos últimas votaciones, porque en un año se ha
votado ya dos veces para presidente de gobierno, ha perdido más y más escaños.
Y sí, es cierto lo que ellos
afirman, que la militancia, y mucho menos la totalidad de sus seguidores, no son la dirigencia del partido, pero sí son sus
votantes; y estos iniciaron una estampida en cuanto sintieron al partido lejos
de los que habían sido sus postulados.
Porque al PSOE, quizá porque
ya es centenario, le pasó lo que suele sucedernos a los seres humanos cuando
tenemos la fortuna de vivir muchos años. Que si no nos vigilamos y estamos atentos al acontecer
del mundo, tendemos a conservatizarnos.
Y el PSOE perdió su
esencia. Quiso mantener un
discurso social de derechos pero comulgó –y se hizo explícito en
el segundo gobierno de Zapatero– con una política
económica que deprime estos derechos y cuyo fin es llevarlos al límite, hasta
cercenarlos. Y las bases que
parecen no tener rostro, ni identidad, nos demuestran que no es tan así, que se
abren corrientes de pensamiento, de opinión y de decisión, sobre todo cuando
las decisiones tomadas las golpean. Y se fueron a otros lares.
Pedro Sánchez, su actual
secretario, entrenado en la política, quiso nadar en las
mismas aguas, pero le llegó un momento de esos que llaman de verdad –aunque en política las verdades siempre son ambiguas– en que tuvo que reconocer, al menos lo dijo en
público, que el PSOE debería alinderarse hacia otro lado.
Imposibilitado para
sostenerse entre dos aguas, Sánchez eligió –por
lo menos en el discurso– ir hacia la orilla que rescataba los postulados más
sociales del partido. Fue Troya. Felipe González se sintió desconocido. Él que
empezó a hablar de permitir el gobierno del PP –y
que contó que en una conversación con Sánchez habían acordado que se votaría
no a la investidura de Rajoy en la primera votación y se abstendrían en la segunda– hizo sentir una vez más la influencia de su
voz. Después de su queja pública
contra Sánchez vino la embestida. Renunciaron los 17 miembros de la
ejecutiva. Sánchez quedó sólo y
parapetado en unos cuantos que se sostienen, por ahora, a su lado.
Hablan de la debacle del
partido. De las posibilidades de una escisión. De salidas dignas. De puntos meridianos. Ignoro cuál salida encontrarán. Lo que
si sé es que alejarse de los postulados básicos, aquellos que le dan identidad
y coherencia a la existencia de un órgano social, como lo es un partido,
“conservadurizarse” con los años y traicionar la esencia, tiene consecuencias.
PD. Sin saber cómo se
resolverá esto, aventuro que Sánchez dejará de ser secretario general y que el
PSOE permitirá la investidura de Rajoy.
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