Es una mañana de otoño. El tiempo es gris y los partes metereológicos
anuncian lluvia todo el día. En la
radio hablan de Calois, donde está el campamento de refugiados más grande de
Europa. “La jungla” lo
llaman. Antes del amanecer, el
gobierno francés inició la evacuación de casi siete mil personas que se
instalaron allí a la espera de una oportunidad para llegar al Reino Unido. El paraíso prometido que está a
cuarenta kilómetros, al frente, pasando el Canal de la Mancha. Los llevan a
algo más de cuatrocientos refugios dispersos a lo largo y ancho del país.
La escena se desenvuelve ante
la prensa del mundo y es custodiada por cientos de agentes de policía.
Gendarmes, los llaman en Francia.
Temen disturbios y por eso han previsto un agente por cada cinco
inmigrantes. No menos de setecientos periodistas con sus cámaras, micrófonos,
grabadoras y libretas, están presentes para registrar la salida de los
autobuses, en los que van hombres, mujeres y niños. Algunos serán familia entre
sí. Otros, sólo hermanados por esa hermandad que produce la desgracia
compartida.
Calois se queda en Calois y
la radio continúa disparando titulares.
Se traslada a Turquía. La
noticia parece un refrito de otra que ya había visto circulando por los medios,
hace varios meses. Refrito pero
real. Ahora es la BBC la que
protagoniza. Esta noche emitirá un
documental en el que podrá verse cómo las maquilas de las grandes compañías
multinacionales de la moda producen en Turquía pantalones, zapatos, vestidos,
camisetas, elaboradas con mano de obra casi esclava (doce horas de trabajo al
día, sin protección, cerca de elementos químicos peligrosos, con salarios
inferiores a una Libra la hora): la de los refugiados, y sus hijos, muchos
niños, y muchos sirios, huidos de la guerra inmisericorde que destroza su país.
Se lo escuché hace muchos
años a José Saramago, quizá hasta lo leí.
Si Europa no va a África, África vendrá a ella. Y es lo que está pasando. Sirios, afganos, subsaharianos,
sudaneses, yemenitas, iraquíes, y de no sé cuántas nacionalidades más, buscan
llegar a las puertas que Europa se empeña en cerrar a cal y canto. Lo intentan
por al menos tres rutas, bien conocidas por las mafias que venden la
oportunidad de llegar al sueño dorado:
La de los Balcanes que la Unión
Europea cree haber conjurado este año con el acuerdo suscrito con Erdogan, el
presidente-dictador, mediante el cual Europa devuelve a Turquía a todos los
inmigrantes que lleguen por esa ruta al tiempo que cierra los ojos a las
flagrantes violaciones a la democracia que acomete a diario Erdogan. La central del Mediterráneo, que une a
Libia con Italia, aquella que ha sembrado el mar de cadáveres, los de los náufragos,
y que este año contabiliza a la fecha 3654 muertos según la Organización Internacional
para las Migraciones. Y la que pasa por Marruecos para llegar a España a través
de Ceuta y Melilla. “Doce kilómetros de alambres, cuchillas y mallas para
contener el sueño europeo” como lo tituló el Diario.es.
El día continúa lluvioso,
tal y como se anunciaba y yo releo a Mary Berg, una mujer, judía y polaca, que sobrevivió
al gueto de Varsovia y que escribió un diario durante cuatro años, entre 1939 y
1944. Un día a día que nos pone en contacto con las miserias humanas, de todos
los lados, aún las de las víctimas, y también los pequeños heroísmos que nos
hacen grandes.
La releo porque recuerdo el
postfacio que escribió el editor para contar qué había sido de ella. En 1995, a sus setenta y un años, luego
de una vida de silencio, un editor se puso en contacto con Mary para proponerle
una reedición de su diario. Cito
textual lo que cuenta: “Berg respondió con amargura: “En lugar de continuar exprimiendo el holocausto judío debe reducírselo
a sus límites”(…) “No hacer
diferencia con todos los holocaustos que están teniendo lugar ahora en Bosnia o
Chechenia…No me digas que esto es
diferente”.
No, no digamos que esto es
diferente: la guerra Siria, las hambrunas en África, el presidente filipino que
incita a matar a sus ciudadanos drogadictos, las fronteras cerradas de Europa, los
campos que ahora son de refugiados y las cárceles que se llaman centros de
internamiento de refugiados, para no hacer una listado interminable.
Asoma un tímido sol de tarde
de lluvia, la vida continúa su ritmo desenfrenado, en Calois se agolpan,
lloran, se despiden; en Siria se terminó el alto al fuego; en Barcelona continúan
en huelga de hambre los inmigrantes de un centro de internamiento; en Madrid
esperan que los visite un funcionario; en Melilla se preparan para saltar la
valla. Entretanto, muchos de miles se arrellanan en sus sillones para
ver televisión y fijarse en especial en : “Los triángulos amorosos que nos
hicieron sufrir en la tele”, como titulaba hoy una noticia en yahoo.
Si Europa contribuyó a su desgracia actual, no sobra que Europa contribuya a su solución actual. Los miembros del G-8 con sus coaliciones de guerra y bombardeos inhumanos, lo mínimo que puede hacer, es abrirle las puertas a los civiles. LA pregunta es: los reciben con las mismas garantías y derechos de su propia gente?
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